Mi reflejo

Él me amenaza,
yo le ignoro.
Se lanza contra el cristal que nos separa.

Un matrimonio convenido,
convencido.
Convertido en mentira y en odio.

Le humillo,
me desprecia.
Le saco de sus casillas.

A menudo grita y llora.
Yo le miro de reojo, compasivo,
y preparo mi venganza.

Me iré muy lejos,
muy pronto.
Morirá, sin un reflejo del que burlarse.

El final de la espiral

Mi espiral sigue curvándose hacia su centro, como el surco de un viejo vinilo. Me pregunto qué hay al final (un espejo, tal vez, un candado, no lo creo, un sonido dulce entre destellos rosados, ojalá).
Los ruidos del mundo quedaron atrás y también las miradas de la gente, incapaces de seguir los giros en los que un día me perdí.
Ya es tarde para arrepentirme y para que oigas alejarse mis pasos –que son como latidos–, todo lo que queda está delante, una vuelta tras otra y mi figura haciéndose cada vez más diminuta para seguir caminando por esta espiral inacabable.

La lluvia

Bohemia (139)

Me concedieron un deseo, sólo uno.
Elegí lluvia, como podría haber elegido sol, cielo, nebulosa o big bang.
Mi deseo me fue concedido, y nunca supe –ni sabré– quién me lo propuso y me lo otorgó, pero pienso, empapado, que podría haber sido mucho peor.
A veces me deslizo como una corriente por la inclinación de las aceras y otras veces permanezco estático, como un charco en el que puedes reflejarte si así lo quieres.
Pero, mi consejo, si a ti también te dieran a elegir… no elijas lluvia. Elige sol, o niño, o tigre, o tierra.
Déjame a mí las gotas grises y frías porque ya las hice mías. No te diluyas ni te vuelvas transparente, y no te deslices que eso es cosa mía. Corre, elévate, empodérate y vuela… que yo me quedo a ras de suelo, ajeno y a salvo de tu fuerza, siguiendo mi pendiente camino del mar.